domingo, 19 de febrero de 2017

                “AFLOJÁ  EL  DEDO  JOSÉ”…..

En los inicios de la década de 1970, llegaba a Vergara, don Tomás Olivera, quien ejercía funciones, como vendedor y distribuidor para la zona, de los reconocidos tabacos: “Peruano” y “Puerto Rico”.-
Tenía una camioneta a nafta, tipo furgón, color celeste y recuerdo que en los costados de la misma, se recreaban dibujados y pintados prolijamente, los productos que distribuía.-
Aunque con poco cultura quizás, don Tomás Olivera (que apenas tenía un tercer año de Escuela Rural) y residía en la ciudad de Treinta y Tres, frente al Hospital Regional, era una persona muy apreciada en la zona, por su humildad, decencia, simpatía y solidaridad, que profesaba hacia todo el mundo.-
Hombre muy trabajador, ya frisando los sesenta años, mientras laboraba en sus ocupaciones habituales, demostraba mucho optimismo, se sentía físicamente bien y siempre tenía entre sus labios y sus carcajadas “a toda garganta”, alguna de ésas historias que de saberlas contar, siempre, captan la atención de los oyentes.-
Cuando llegaba al comercio de mi padre de crianza, en Vergara, su presencia era casi que aplaudida por quienes se encontraban allí. Dado que con su vozarrón de hombre de tierra adentro, su imponente físico, su gorro de visera y sus manos grandotas, de inmediato comenzaba a contar hechos y sucesos de la zona, mientras gesticulaba de un modo proverbial, agregándole aditamentos al relato.-
Es que don Tomás, había andado muchos caminos, conocía todo tipo de gente y había transitado largas e incontables horas, antes de ser “tabacalero”.....Porque entre los distintos trabajos que había realizado en su vida, había sido "funebrero" para una Empresa de Treinta y Tres, con el respectivo guardapolvo azul oscuro y el gesto solemne y compasivo, para acompañar familias acongojadas, en un momento tan especial…
Una tardecita de invierno, fría, gris y lluviosa, frente a un auditorio de viejos aburridos, con veleidades de “filósofos”, que se reunían asiduamente en el comercio de mi padre, contó aquel hecho singular, con visos de antigua leyenda campesina.-
Lo hizo, acuciado por las palabras del “Negro Mario Brun” (que en realidad, se llamaba María Natividad Brun) quien casualmente se encontraba en el comercio y que conocía el hecho a describir, porque lo había escuchado una vez, contado por el mismo Olivera.-
Transcurría la década de 1950 y en las Costas del Leoncho (Novena Sección del Departamento de Treinta y Tres), había fallecido uno de los tantos habitantes de la época.-
Avisada que fue la Empresa de “Pompas Fúnebres”, el dueño de la misma le ordenó a Olivera, que se trasladara hasta el lugar para levantar el “finado” y conducirlo en compañía de familiares, hasta la ciudad capital.-
Pilotando un furgón negro, con un féretro en su interior, entre “barquinazos”, huellas y “peludos” del camino vecinal, preguntando en otras casas, llegó hasta un rancho de terrón y paja, con la techumbre despeinada por los años y bajo una fría y porfiada garúa de junio.-
Allí se encontró con “el finado” vestido y tendido sobre una vieja mesa de madera; mientras varios paisanos y mujeres, todos callados y expectantes acompañaban a la viuda (ya vestida de negro), que entre sollozos, espasmos y quejidos tomaba de “a traguitos” un té de cedrón….
Entre los asistentes, recostado a una de las paredes del rancho, se destacaba un paisano petiso y viejo, curtido de tiempo y de horizontes, lleno de arrugas, enfundado en un poncho descolorido, golilla blanca, serio “como una estatua”, con el sombrero en la mano y mirando hacia el piso de tierra, como que estaba “atufao”….
Se abalanzaban las sombras de la noche y a la tenue lucecita de un candil que se deshacía en temblores, Olivera, comenzó la conocida ceremonia de arreglar “el finado” para colocarlo en el interior del féretro.-
Fue en ese instante, de dolor y de recogimiento que la viuda se le acercó y le dijo entre palabras entrecortadas:- Don….le viá pedir…si usté… le puede sacar el anillo de casamiento…al pobrecito….Es l´único recuerdo… que quiero guardar….junto a la foto del casorio con él…..
Y no pudo hablar más, porque las lágrimas le tomaron cuenta del rostro y le empañaron los ojos, con una tristeza infinita….
Don Tomás, que tenía mucho de paisano y que sabía de los golpes arteros y sin previo aviso que da la vida, tomó a la viuda por uno de sus hombros y le habló:- Quedesé tranquila doña, que aquí todos semos dolientes y todos sabemos de lo que es perder un allegao….Quedesé tranquila doña y siéntese por ái, tome otros traguitos del té, que yo le viá sacar el anillo a su marido….
Y ahí comenzó el dilema….
Se arremangó el guardapolvo, agarró la mano izquierda del muerto con todo el cuidado posible y comenzó con sus manos grandes, a cinchar la alianza.-
Intentó una vez y no pudo….Intentó otra vez y tampoco….Volvió a repetir la operación y nada….Reiteró otra vez y no hubo caso….
Ya había comenzado a sudar y a ponerse nervioso, porque no podía quitar la alianza, cuando irrumpió en escena, el paisano viejo de rostro arrugado y poncho descolorido….
Dejó el sombrero arriba de un banco, se le arrimó al “funebrero” y sin abandonar el gesto de “atufao”, le preguntó:- No puede sacarle el anillo al finao?...
-          No don, usté sabe que no hay forma de sacárselo…No sé, de repente enjabonándole el dedo, pudiera ser….
-          Empréstemelo pa mí, que yo se lo saco….Y no preciso de jabón ni de nada….
-          Sí señor! Es todo suyo…Tá en sus manos…
-          Gueno, entonce váyase pa un costao y espere acontecimientos…
 Y aquí sucedió lo increíble.-
  El paisano viejo, se le arrimó al muerto y sin levantar la voz le dijo al oído:- Aflojá el dedo José, que te van sacar el anillo….
Después, se dio vuelta hacia don Tomás, lo miró de reojo y con gesto imperativo, le ordenó:- Aura, saqueló nomá…
Y el “funebrero”, culminaba su relato:- Ustedes pueden crer, por esta luz que me alumbra y por la finada mi madre que tá en el cielo, que le pegué el tirón y quedé con el anillo en la mano…Sí señor y no es mentira….Todavía miré pa trás y el hombre viejo taba recostao otra vez a la paré del rancho y por delicadeza le dije:- Muchas gracias, compañero por la atención dispensada. Y él, siempre mirando pa bajo, me acuerdo que me contestó:- Servido a usté, paisano…..Y si otra vez precisa una bolada comu ésta, tamo a la orden pa servir al prójimo en el lugar que cuadre….

Texto: Jorge Muniz.-
Vergara, 19 de febrero del 2017.-


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