sábado, 7 de enero de 2017

General Juan Lavalle
LA  VISITA  DEL  GENERAL  LAVALLE”…
 El día 12 de octubre de 1945, “a la hora diez y nueve”, falleció en Vergara, doña Severina Ruiz.-
De acuerdo al certificado suscrito por Dr. Raúl Filippini, la misma falleció de “resblandecimiento cerebral” (lo que actualmente equivaldría al “Mal de Alzheimer”) y atento a lo que escribió en el “Acta de Defunción” el Sr. Juez de Paz Clerino Z. Correa, era: “del sexo: femenino; de nacionalidad: oriental; de estado: soltera; de profesión: pensionista y tenía ciento ocho años de edad”…. 
Vale decir que habría nacido en el año 1837 y según sus informaciones- dado que el documento antedicho no las aporta- dio sus primeros pasos en unos ranchos cercanos al arroyo Corrales (hoy, límite entre los Departamentos de Treinta y Tres y Cerro Largo) no especificando próximo a que margen.-
Ella, hacía muchos años que residía en este pago vergarense.-
Tomás Mesa.-

María Elena Dávila.-
Lo hacía, en un rancho largo, de terrón y paja, situado en la esquina de las calles Río Negro y Avenida de los Treinta y Tres, bastante cerca del que en la década de 1960, con la “cumbrera arqueada” y las puertas de lapacho, ocupaba la pareja de mestizos guaraníes: María Elena Dávila (que era partera, curandera y muy amiga del Dr. Silvio Bellistri) y Tomás Mesa (que era tropero de confianza y casero de Antonio da Silva, cuando las circunstancias lo requerían).-
Ése lugar en cuestión, está circunscripto en el interior del llamado barrio “Braulio Silvera”. Que comenzó a gestarse en el año 1912, sobre solares que eran propiedad del antedicho señor, del cual se puede decir: que estaba entre los primeros pobladores de “El Parao”; tenía parentesco con el brasilero estanciero Bernardo Silvera (primer comprador de solares en abril de 1891); se había casado con Adriana Olivera y desempeñó las tareas de Teniente Alcalde del distrito, Presidente del primer Concejo Municipal instituido en 1906,  hasta llegar a las de comerciante y adquirente de los derechos de la lotería de cartón, en sus últimos años.-
Por su parte, doña Servanda Ruiz, había formado pareja con el italiano quintero Ángel Tomás Marolta (quien era propietario del solar antedicho y conocido entre los vecinos de la época por: “El Maroto”).-
De él se comenta, que a resultas de una paliza que le dieron por andar de “chancho negro” y asustar unas menores, murió en el Hospital de Treinta y Tres, un día 7 de agosto de 1925, cuando ya pisaba el umbral de los 80 años de edad.-
Después de esto, viviendo de una modesta pensión que le habían conseguido vecinos caritativos y políticos influyentes, su pareja, quedó en el rancho en compañía de un muchacho que había criado, el que le hacía “los mandados” y trabajaba en las “changas” que salieran, mientras ella hacia las tareas domésticas que podía, visitaba los vecinos y en las tardecitas se congregaba con doña Eustaquia Fernández de Larronda, para tomar mate dulce y rezar el “Santo Rosario”.-
Así fue que una tarde de esas lejana en el tiempo y coloreada por el rojo moribundo del crepúsculo, contó en rueda que una vez, había escuchado de boca de sus progenitores, que hasta el rancho que ocupaban, una noche de setiembre, había llegado un militar tirando a hombre maduro, algo rubio, de ojos celestes, de buena presencia, con la barba que terminaba en forma de “pera” y al que se le dificultaba andar a caballo, porque venía herido en una pierna.-
Lo acompañaban otros hombres que portaban divisas coloradas, armados en su mayoría con lanzas y cuchillos atravesados en las cinturas.-
“Pidió posada” y los dueños de casa, no se la negaron e incluso la madre de doña Servanda, al ver que venía herido, se le ofreció para tratarle la herida, recurriendo a la ciencia de la época basada en yuyos, en “agua fría” y en “emplastos”.-
No era difícil adivinar, que su mirada trasuntaba el cansancio de muchas leguas y sus ojos que escrutaban todos los movimientos que hacían los de la casa, demostraban el nerviosismo ineludible, de los que se sienten perseguidos.-
Mientras los acompañantes se ubicaban alertas a cualquier movimiento, buscando el cobijo del monte y no muy lejos del rancho, el barbado militar, les encargó al padre y a la madre de doña Servanda, que no fueran a delatar su presencia, diciéndoles que la herida que presentaba, era producto de una batalla que había sostenido dos días antes.-
Ellos, no preguntaron nada, más allá de la conversación común que se mantiene con las visitas imprevistas en cualquier casa de campaña.-
Pero tres días después, cuando el rubio de ojos celestes se sintió más repuesto, pidió a uno de sus hombres, que le trajera el caballo para continuar el camino.-
Antes de montar agradeció gentilmente los servicios prestados y al tender la diestra a los dueños de casa, los miró a los ojos y les dijo sin levantar la voz: “Soy el General argentino Juan Lavalle”….
Después montó con cierta dificultad todavía, se puso al frente de sus hombres, emitió una orden y al “trote largo” descorrieron el velo de la noche y se marcharon con rumbo desconocido.-
Indudablemente que los progenitores de doña Servanda, no sabían quien era el General Lavalle.-
Pero no fue poca cosa que se les grabara para siempre, el hecho y los datos de aquel militar totalmente desconocido, para ellos.-
En las largas veladas hogareñas, se lo contaron a su hija y ésta, que también desconocía los intrincados y casi laberínticos senderos de la historia del Uruguay, un día de esos, también lo comentó en la rueda de mate dulce y “Santo Rosario”, que se formaba en el entonces rancho de doña Eustaquia Fernández de Larronda, bien cerca de la calle que cruza, por el actual cementerio de Vergara.-
Por ella se supo, que el General Lavalle, unitario argentino, aliado al General Fructuoso Rivera, que desde 1830 se encontraba exiliado en Uruguay, que lo estaría hasta el año 1839 más o menos, en que decide invadir "Entre Ríos" (Argentina) y que fue testigo directo de la “Matanza de Salsipuedes” en abril de 1831, había estado oculto en un rancho cercano al arroyo Corrales, mientras trataba su herida y pugnaba por reorganizarse, después de la batalla de “Carpintería”, registrada el día 19 de setiembre de 1836, en el Departamento de Durazno.-
Un sitio histórico, donde nacieron las divisas de los blancos y de los colorados. Donde a Rivera le tocó perder la batalla y disperso con varios de sus seguidores, se marcharon hacia el Brasil, donde sabían que los protegía por conveniencia, el General Bento Gonçalves da Silva.-
Nunca lo supo doña Servanda Ruiz, que Lavalle, por parte del abuelo paterno era descendiente directo del conquistador de México: Hernán Cortés. Que por parte de la abuela materna, le llegaba la aristocracia francesa de los “Condes de La Vallée” (de ahí su apellido “Lavalle”) y que en su conciencia pesaba cada vez más, el fusilamiento del caudillo federal Coronel Manuel Dorrego, llevado a cabo el día 13 de diciembre de 1828.-
Y tampoco lo supo doña Servanda, que el sanguinario, aristocrático y desdichado militar, huyendo hacia “San Salvador de Jujuy” (Argentina), acompañado de unos pocos leales y de una amante que se llamaba Damasita Boedo, murió por casualidad, un 9 de octubre de 1841, cuando la bala disparada por un soldado federal a través de una puerta, le atravesó la garganta y lo mató casi que instantáneamente, en el zaguán de la casa donde uno de su mismo partido, le había dado para alojarse transitoriamente.-


Marcha hacia Potosí, cargando el cadáver del General Lavalle, sobre un caballo blanco.-
Tras la huida forzada de oficiales y soldados unitarios por la "Quebrada de Humauaca", llevando el cuerpo del General hacia Potosí (Bolivia), ya que de antemano sabían lo que le esperaba si los federales se hacían de él, sus restos, que en tierra argentina ya habían sido separados en secciones y que tempranamente fueron inhumados en Bolivia, recién pudieron retornar al “Cementerio de la Recolecta” (Buenos Aires- Argentina) un día 19 de enero de 1860.-
Es decir, cuando doña Servanda Ruiz, era una joven de 23 años de edad; ya existía la "Villa de los Treinta y Tres" (donde luego transcurriría su adolescencia y juventud) e incluso a esta localidad, le faltaba un mes y veintiún días, para cumplir sus 7 años de existencia documentada.-


Urna con los restos de Lavalle en el "Cementerio de la Recolecta"
(Buenos Aires- Argentina).-
(Fuentes: Escuchado a Luis Larronda Fernández, quien a la fecha reside en Vergara, con 85 años de edad y ampliado con apuntes tomados de Internet y del libro “Sangre y Barro” del Profesor Leonardo Borges).-
Texto: Jorge Muniz.-
Vergara, 7 de enero del 2016.-

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