Cuadro alusivo a la batalla de Curupaytí |
Fue, en Vergara y en una mañana de la década de 1960.-
Por entonces, yo tendría unos 9 años de edad y don Isidro Niz,
que era guarda hilos de UTE, sacaba cuentas con un lápiz de grafito y cobraba a
mano la factura del Ente, en el interior de mi casa paterna.-
Consumado lector, don Isidro, no había culminado la Enseñanza Primaria ,
en cambio suplía sus conocimientos con abundante lectura (especialmente la
relacionada con la Historia ),
una memoria bastante buena y el don de observar, escuchar y procesar, todo
aquello que le interesaba.-
Cualidades bastante comunes, entre la gente que fue criada
en el campo y que de alguna forma, buscan superarse moral y espiritualmente.-
Esa mañana, mientras conversaba con mi padre animadamente,
contó entre muchas cosas más, un hecho sucedido en la Guerra del Paraguay, donde
la crudeza, el arrojo y la temeridad, fueron los pilares básicos del relato. Y
sin siquiera pensar que un día mis propias inquietudes andarían tras las
huellas perdidas de la historia, ese relato, dejó en mi intelecto y por su
propia conformación, una marca muy profunda. Tan profunda, que hasta hoy, la
conservo intacta.-
Fue el 22 de setiembre de 1866.-
Cuando bajo el mando y la idea del General Bartolomé Mitre
(a la sazón Presidente de la República
Argentina y Jefe de las fuerzas que conformaban la Triple Alianza ), un contingente
aproximado de 17000 infantes brasileños y argentinos, con la cooperación de
integrantes del ejército uruguayo, atropellaron enloquecidamente la posición
fortificada de Curupay ti, en un asalto a “bayoneta calada”, para tratar de
exterminar la resistencia denodada de los paraguayos.-
No en vano, desde las filas de estos últimos y cuando el
país comenzaba a hundirse en el remolino siniestro de la guerra, el ataque ya
era esperado desde hacía varios días atrás. Por su parte, el Mariscal Francisco
Solano López, había destacado a cargo de la vanguardia al General José Eduviges
Díaz, quien por su proverbial capacidad y energía demostradas en batallas
anteriores, como la de Estero Bellaco y la de Boquerón, tenía méritos de sobra,
para preparar una singular estrategia.-
Ayudado también por la lluvia de los días anteriores, que
convertía el suelo del lugar en ingente ciénaga, el General Díaz, mandó a sus
soldados que talaran unos corpulentos abatíes, que poblaban la geografía de la
zona. Una vez, que éstos fueron derribados, hizo ubicar disimuladamente entre
los gajos y las raíces vueltas hacia el interior, los pesados cañones de la
guarnición, creando unas cincuenta bocas de fuego, a la espera del ataque de
los aliados.-
Y el choque entre ambos ejércitos fue terrible.-
Cuando el mismo hubo culminado, con la retirada forzosa de
las fuerzas que mandaba el General Mitre, habían quedado sobre el campo de
batalla más de tres mil cadáveres, entre argentinos y brasileños, mientras que
del lado paraguayo, las bajas no pasaron de cien. En un ejército que tenía lo
más necesario y donde combatían, viejos, mujeres y niños, con barbas postizas.-
Unos días antes, mientras talaban los corpulentos abatíes,
varios paraguayos sorprendidos por la orden del General Díaz, que era hijo de
un humilde labrador del Valle de Pirayú, se dirigieron a su presencia,
haciéndole notar la total disconformidad, con la tala de aquellos árboles, que
ellos consideraban un patrimonio físico y espiritual, que les había sido
brindado de tan buena forma, por los designios naturales del Creador.-
El militar, los escuchó pacientemente. Luego, sin despertar
sospechas en cuanto al plan de defensa que urdía en su pensamiento, emitió una
sencilla frase, cual dictamen ancestral de su inacabable astucia: - Dejen nomás
que los talen !...Los árboles brotan…Las vidas no brotan….
Texto: Jorge Muniz.-
Vergara, 3 de diciembre del 2016
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