EL
VIAJE
DE LA CRUCERA
En Vergara,
quienes transitamos la década de 1960, conocimos bastante a Pedro Cruz, el
esposo de María Giró, que era maquinista de UTE y a quien amigablemente lo
llamábamos por el apodo de “Pedroza”.-
Un tipo muy
particular.-
Por su
forma de vestir (muy pulcro, siempre de saco, camisa blanca y peinado “a la
gomina”), por su forma de caminar (siempre erguido, con la frente en alto, el
paso seguro) y especialmente por la forma de hablar que tenía, porque lo hacía
como “estirando las palabras”, utilizando un léxico académico y acompañando con
las manos sus interesantes disertaciones.-
Fue gran
jugador de fútbol del Vergarense F.C., allá por las décadas de 1930-1940. Y un
referente de “garra y estilo”, que se les enfrentaba estoicamente a los rivales,
castigaba la pelota como “con un fierro” y le pegaba con cualquiera de las dos
piernas.-
Los
brasileños del “Cruzeiro”, del “Navegantes” y del “Armonía”, lo respetaban
mucho dentro y fuera de la cancha. Y hasta llegaban a temblar cuando la dupla:
Pedro Cruz- Fausto Cándido, se volvían imparables con el balón en los pies.-
Gran amigo
del Dr. Juan Carlos Sciallero (más de una vez fueron juntos a Buenos Aires) y
por supuesto que gran amigo de mi padre de crianza, Prudencio Antúnez, con el
cual habían sido compañeros de fútbol en el Vergarense y se contaban orgullosos
de haber vestido la “blanca y negra” que distinguía a la Institución.-
Bailarín de
tangos y en alguna oportunidad estudiante de bandoneón también, con los
estudios pagados por el Dr. Sciallero, pero sin llegar a concretarse como
músico.-
En su lugar
y dado que había una vacante como tal en el Club Uruguay, la ocupó el joven
Raúl Muniz Viera, buen bandoneonista y eximio artesano vergarense, a quien la
muerte lo arrebató en forma temprana.-
Fueron
muchos los años en que “Pedroza” compartió mostradores y noches de copetines
con sus amigos, en el café del “brasilero” José María González, en la cantina
del Club Uruguay, en la cantina del Democrático o tiempo después, en el bar “El
Circo” de Eulogio Blanco Rodriguez.-
Fueron
muchas las anécdotas que dejó entre sus amigos, porque tenía facilidad para
contarlas y además sabía darles la pausa y el énfasis necesario.-
Muchas
veces se plegó a la rueda bolichera que se formaba en el comercio de mi padre
de crianza y más de una vez, le escuché hacer mención a este relato que paso a
detallarles.-
Corría el
mes de febrero del año 1935.-
Los
ingleses, le venían dando duro a la vía férrea en el tramo Treinta y Tres- Río
Branco y para esa época ya tenían medio construido, el puente sobre el arroyo
Parao y seguían sin pausa, formando terraplenes y tendiendo rieles.-
A la vera
del monte, “Pepe” Fleitas (otro personaje vergarense que luego trabajaría como
panadero), había instalado una especie de kiosco precario, donde vendía
golosinas, tabacos, papel de fumar, fósforos, “minutas” y toda otra menudencia
que se pueda imaginar para la época y para esa gente que trabajaba de sol a
sol.-
A veces lo
acompañaba “Pedroza”, con quien compartían, mate, cigarros, alguna caña blanca
(cuando el tiempo lo permitía) y muchas historias de esas que no se terminan
nunca de contar….
Pasado un
mediodía de ese año y de ese mes, con un calor imponente, “Pedroza”, con el
torso desnudo, descalzo y con los pantalones remangados, después de haber
almorzado junto a Fleitas, se tiró a lo largo sobre el pasto, protegiéndose del
sol con la fronda verdinegra del Parao. Estaba en sus planes, descabezar una
pequeña siesta si podía….
En eso
estaba cuando escuchó el grito casi aterrador de otro viviente más que se
acercaba al lugar: - Quedate quieto “Pedroza”…Por Dios, no te vayas a mover
muchacho….que va semejante crucera derecho a vos!!....
Y no pudo
hablar más, porque las palabras se le atracaron en la garganta….
“Pedroza”,
contuvo la respiración, cerró los ojos y se quedó quietito boca arriba….
Lentamente,
comenzó a sentir el frío del reptil trepar por el flanco derecho. Luego
cruzarlo hacia el izquierdo, por encima del tórax, mientras percibía atemorizado
el pasaje de aquel cuerpo blancuzco que estiraba y encogía rítmicamente, cerca
de un metro veinte, de extensión…
Aquel
“viaje”, increíble para los ojos de quienes lo estaban mirando, parecía no finalizar
más…
Allá a las
cansadas, cuando las agujas del reloj parecían haberse detenido y el suspenso
era cada vez mayor, la crucera dejó atrás el cuerpo del hombre, sin atacarlo y
se perdió confundida entre el verde y la sombra, de los árboles del arroyo.-
Ahí sí-
terminaba contando Pedro Cruz- me dí vuelta, me paré más que ligero y salí
monte afuera mandando pata….La camisa y las alpargatas, me las llevó “Pepe”
Fleitas después, a mi casa…Del julepe que tenía, ni me acordaba donde las había
dejado!...
(Escuchado al mismo Pedro Cruz).-
Texto: Jorge Muniz.-
Vergara, 4 de diciembre del 2016.-
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