domingo, 4 de diciembre de 2016

EL   VIAJE   DE   LA   CRUCERA

En Vergara, quienes transitamos la década de 1960, conocimos bastante a Pedro Cruz, el esposo de María Giró, que era maquinista de UTE y a quien amigablemente lo llamábamos por el apodo de “Pedroza”.-
Un tipo muy particular.-
Por su forma de vestir (muy pulcro, siempre de saco, camisa blanca y peinado “a la gomina”), por su forma de caminar (siempre erguido, con la frente en alto, el paso seguro) y especialmente por la forma de hablar que tenía, porque lo hacía como “estirando las palabras”, utilizando un léxico académico y acompañando con las manos sus interesantes disertaciones.-
Fue gran jugador de fútbol del Vergarense F.C., allá por las décadas de 1930-1940. Y un referente de “garra y estilo”, que se les enfrentaba estoicamente a los rivales, castigaba la pelota como “con un fierro” y le pegaba con cualquiera de las dos piernas.-
Los brasileños del “Cruzeiro”, del “Navegantes” y del “Armonía”, lo respetaban mucho dentro y fuera de la cancha. Y hasta llegaban a temblar cuando la dupla: Pedro Cruz- Fausto Cándido, se volvían imparables con el balón en los pies.-
Gran amigo del Dr. Juan Carlos Sciallero (más de una vez fueron juntos a Buenos Aires) y por supuesto que gran amigo de mi padre de crianza, Prudencio Antúnez, con el cual habían sido compañeros de fútbol en el Vergarense y se contaban orgullosos de haber vestido la “blanca y negra” que distinguía a la Institución.-
Bailarín de tangos y en alguna oportunidad estudiante de bandoneón también, con los estudios pagados por el Dr. Sciallero, pero sin llegar a concretarse como músico.-
En su lugar y dado que había una vacante como tal en el Club Uruguay, la ocupó el joven Raúl Muniz Viera, buen bandoneonista y eximio artesano vergarense, a quien la muerte lo arrebató en forma temprana.-
Fueron muchos los años en que “Pedroza” compartió mostradores y noches de copetines con sus amigos, en el café del “brasilero” José María González, en la cantina del Club Uruguay, en la cantina del Democrático o tiempo después, en el bar “El Circo” de Eulogio Blanco Rodriguez.-
Fueron muchas las anécdotas que dejó entre sus amigos, porque tenía facilidad para contarlas y además sabía darles la pausa y el énfasis necesario.-
Muchas veces se plegó a la rueda bolichera que se formaba en el comercio de mi padre de crianza y más de una vez, le escuché hacer mención a este relato que paso a detallarles.-
Corría el mes de febrero del año 1935.-
Los ingleses, le venían dando duro a la vía férrea en el tramo Treinta y Tres- Río Branco y para esa época ya tenían medio construido, el puente sobre el arroyo Parao y seguían sin pausa, formando terraplenes y tendiendo rieles.-
A la vera del monte, “Pepe” Fleitas (otro personaje vergarense que luego trabajaría como panadero), había instalado una especie de kiosco precario, donde vendía golosinas, tabacos, papel de fumar, fósforos, “minutas” y toda otra menudencia que se pueda imaginar para la época y para esa gente que trabajaba de sol a sol.-
A veces lo acompañaba “Pedroza”, con quien compartían, mate, cigarros, alguna caña blanca (cuando el tiempo lo permitía) y muchas historias de esas que no se terminan nunca de contar….
Pasado un mediodía de ese año y de ese mes, con un calor imponente, “Pedroza”, con el torso desnudo, descalzo y con los pantalones remangados, después de haber almorzado junto a Fleitas, se tiró a lo largo sobre el pasto, protegiéndose del sol con la fronda verdinegra del Parao. Estaba en sus planes, descabezar una pequeña siesta si podía….
En eso estaba cuando escuchó el grito casi aterrador de otro viviente más que se acercaba al lugar: - Quedate quieto “Pedroza”…Por Dios, no te vayas a mover muchacho….que va semejante crucera derecho a vos!!....
Y no pudo hablar más, porque las palabras se le atracaron en la garganta….
“Pedroza”, contuvo la respiración, cerró los ojos y se quedó quietito boca arriba….
Lentamente, comenzó a sentir el frío del reptil trepar por el flanco derecho. Luego cruzarlo hacia el izquierdo, por encima del tórax, mientras percibía atemorizado el pasaje de aquel cuerpo blancuzco que estiraba y encogía rítmicamente, cerca de un metro veinte, de extensión…
Aquel “viaje”, increíble para los ojos de quienes lo estaban mirando, parecía no finalizar más…
Allá a las cansadas, cuando las agujas del reloj parecían haberse detenido y el suspenso era cada vez mayor, la crucera dejó atrás el cuerpo del hombre, sin atacarlo y se perdió confundida entre el verde y la sombra, de los árboles del arroyo.-
Ahí sí- terminaba contando Pedro Cruz- me dí vuelta, me paré más que ligero y salí monte afuera mandando pata….La camisa y las alpargatas, me las llevó “Pepe” Fleitas después, a mi casa…Del julepe que tenía, ni me acordaba donde las había dejado!...

(Escuchado al mismo Pedro Cruz).-
Texto: Jorge Muniz.-
Vergara, 4 de diciembre del 2016.-


                                                                                          

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