DOS TUMBAS PARA UN NEGRITO.....
El “Paso de Piriz” fue y
es una de las tantas picadas abiertas a brazo por el hombre, entre la fronda
verde y luminosa que bordea el arroyo Parao.-
Según el Dr. Francisco N.
Oliveres, debe su nombre al portugués Francisco Pires, vecino de Maldonado en
el año 1796 y dueño conjuntamente con Antonio Morales, de los campos comprendidos
entre Leoncho y Corrales, teniendo como frente la Cuchilla de Dionisio y
como fondo, el arroyo Parao.-
"Paso de Píriz" (en el arroyo Parao) |
Entonces todos allí eran
Pires, apellido terminado en “ese”. Que en el idioma portugués se traduce como:
“platillos”. Después los Curas o los Jueces de ocasión, se encargarían de
anotarlos, como: “Pirez” o “Piriz” (siempre con “zeta” al final), aunque
todavía persiste la descendencia que fue anotada con el apellido original.-
Ubicado geográficamente a
10 kilómetros
de la ciudad de Vergara en dirección Noreste, a menos de un kilómetro de la Ruta 91 (Vergara-Charqueada)
y a cinco kilómetros del puente sobre el arroyo Corrales del Parao, este paraje
alberga muchos recuerdos, traducidos en largas historias de fogón y en sutiles
leyendas que pautan toda una época y que merecen ser contadas.-
Allí, se originaron
numerosas familias, las cuales se dedicaron a las tareas pecuarias y a las
labores u oficios que se ejercen en la campaña rural. No estuvieron ajenos al paraje
los nombres de: “Maneco” (que se llamaba Manuel); de Joaquín; de Balbino; de
Aulina; de Vicente; de Ignacia; de Juan; de Marficia; etc. .Y la inmensa
cantidad de sucesores, que algunos hasta llegaron a ser “Pires-Pires”, fruto de
matrimonios entre primos-hermanos.-
Allá por el año 1906, comenzó
a funcionar una balsa y servicio de botes en dicho Paso, regulados por el
Consejo Auxiliar de Vergara, que se había creado en ese año.-
El balsero y botero, era
Juan Pires, conocido habitante del lugar, nacido en aquellas inmediaciones y
que luego sería esposo de la Sra. Amabilia
Olivera.-
Y acá comienza la
historia contada por los descendientes, que además tiene el aditamento propio
de las leyendas campesinas….
Juan Pires, tenía a su
cuidado, un negrito de unos 12 años de edad y del cual su nombre, no llegó
hasta nuestros días.-
Muy comedido, muy bueno,
lo ayudaba a Juan en las tareas de manejar la balsa para cruzar vehículos,
animales arreados o gente en tránsito.-
Fue entonces, que una tarde
del año 1916, se presentaron dos enormes carretones tirados por caballos,
cargados con mercaderías que iban a trasponer el Parao, en dirección hacia la Tercera Sección del
Departamento de Treinta y Tres. Los mismos, acarreaban abastecimiento para un
comerciante de la zona del Sarandí Grande.-
El arroyo estaba fuera del
cauce normal.-
Sin embargo, los carreros
decididos a vadear y a cumplir con las obligaciones contraídas de antemano,
insistieron una y otra vez, para que el balsero los pasara.-
A Juan, no le quedó otro
remedio que complacerlos, a sabiendas del riesgo que tenía que afrontar.-
Conocía el lugar como la
palma de sus manos. Era buen nadador y tenía confianza en sí mismo.-
Junto al negrito, comenzó
la delicada faena.-
Pasaron el primer carro
sin problemas de ninguna índole. Pero cuando iban pasando el segundo, al llegar
al medio del cauce, los caballos se asustaron, se fueron hacia un lado de la
balsa y pese a los esfuerzos de los hombres, la terminaron por dar vuelta y se precipitaron
al agua.-
Juan Pires, conjuntamente
con el carrero, lograron ganar la orilla, mientras los caballos enredados entre
“los tiros” del carro, luchaban entre resuellos, patadas y relinchos contra el
turbión enfurecido del Parao.-
Un remolino fatal,
envolvió al negrito entre la oscuridad y el misterio. La tragedia, se había
hecho presente.-
Lamentando lo acontecido,
el viejo agarró el bote y lo buscó hasta que hubo luz natural, sin resultados
positivos.-
Pasó
la noche sin poder dormir. Al otro día, ni bien aclaró, se encaramó nuevamente
a la embarcación y salió por la creciente mandando remos, abriendo las aguas y buscando
el cuerpo del niño.-
Lo
encontró al mediodía. Lo extrajo del agua, lo colocó en el interior de un cajón
de madera hecho por sus propias manos y solemnemente le dio sepultura al pie de
una palmera y a unos pocos metros de un canelón.-
Luego,
le pusieron una cruz de madera, para identificar el lugar de descanso.-
Tiempo
después, Amabilia Olivera, quedó embarazada. Y realizó una promesa en la cual
si sus niños, que al parecer eran mellizos, nacían “buenitos y con salud”, se
comprometía a desenterrar el morenito y hacer trasladar sus huesos en una urna,
para que encontrara el descanso eterno en el cementerio de Vergara.-
Así
fue que nacieron: Mario y Mariano y la promesa estipulada, fue cumplida.-
Una
tumba del cementerio de Vergara, sin lápida y sin nombre, albergó los huesos
del niño de piel negra, del nombre olvidado y de los ojos buenos…
Cuenta
la leyenda, que ante la sepultura vacía del “Paso de Piriz” con la cruz, un
canelón y la palmera de fieles custodios, se presentó una noche Juan Pires
Olivera “El Pirón”, luego de atravesar en bote el arroyo, a prender velas,
porque la imagen mística del negrito había salvado y había curado a Eduardo, de
la fiebre abrasadora de la difteria.-
Vecinas
y vecinos del paraje, muchas veces en tiempo de seca concurrieron también hasta
donde había estado ubicada la fosa y al pie de la cruz, regaron la misma, para
que el niño intercediera ante Dios pidiéndole la lluvia salvadora.-
Espiritualmente,
continuará para siempre en ese lugar del “Paso de Piriz”.-
Ya
no está la cruz de madera. El arroyo cambió su cauce, los vecinos se murieron
casi todos y los ranchos mudos y ausentes, se confundieron con la gramilla.-
Solo
quedan de pie, viejas memorias de fogón, el canelón persistente y la palmera
guardiana, que atravesando los años, aun conserva su esbeltez, desafiante,
silenciosa y altiva.-
PD:
Agradecimiento a doña Guillermina Soto de Pires.-
Texto: Jorge Muniz.-
Vergara, 17 de noviembre del 2016.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario