jueves, 17 de noviembre de 2016

                                  


                                          DOS  TUMBAS  PARA  UN  NEGRITO.....

El “Paso de Piriz” fue y es una de las tantas picadas abiertas a brazo por el hombre, entre la fronda verde y luminosa que bordea el arroyo Parao.-
Según el Dr. Francisco N. Oliveres, debe su nombre al portugués Francisco Pires, vecino de Maldonado en el año 1796 y dueño conjuntamente con Antonio Morales, de los campos comprendidos entre Leoncho y Corrales, teniendo como frente la Cuchilla de Dionisio y como fondo, el arroyo Parao.-
"Paso de Píriz" (en el arroyo Parao)
Mientras que de acuerdo a la tradición familiar, allá por el año 1875 aproximadamente, otro portugués, pero de nombre Enrique Pires, compró los campos aledaños y creó ese paso para cruce de carretas y de gente a caballo. Posteriormente, se gestó un rancherío que andando el tiempo se convirtió en paraje, tomó el nombre antes aludido y tuvo hasta Escuela Pública, convertida en la Nro. 51.-
Entonces todos allí eran Pires, apellido terminado en “ese”. Que en el idioma portugués se traduce como: “platillos”. Después los Curas o los Jueces de ocasión, se encargarían de anotarlos, como: “Pirez” o “Piriz” (siempre con “zeta” al final), aunque todavía persiste la descendencia que fue anotada con el apellido original.-
Ubicado geográficamente a 10 kilómetros de la ciudad de Vergara en dirección Noreste, a menos de un kilómetro de la Ruta 91 (Vergara-Charqueada) y a cinco kilómetros del puente sobre el arroyo Corrales del Parao, este paraje alberga muchos recuerdos, traducidos en largas historias de fogón y en sutiles leyendas que pautan toda una época y que merecen ser contadas.-
Allí, se originaron numerosas familias, las cuales se dedicaron a las tareas pecuarias y a las labores u oficios que se ejercen en la campaña rural. No estuvieron ajenos al paraje los nombres de: “Maneco” (que se llamaba Manuel); de Joaquín; de Balbino; de Aulina; de Vicente; de Ignacia; de Juan; de Marficia; etc. .Y la inmensa cantidad de sucesores, que algunos hasta llegaron a ser “Pires-Pires”, fruto de matrimonios entre primos-hermanos.-
Allá por el año 1906, comenzó a funcionar una balsa y servicio de botes en dicho Paso, regulados por el Consejo Auxiliar de Vergara, que se había creado en ese año.-
El balsero y botero, era Juan Pires, conocido habitante del lugar, nacido en aquellas inmediaciones y que luego sería esposo de la Sra. Amabilia Olivera.-
Y acá comienza la historia contada por los descendientes, que además tiene el aditamento propio de las leyendas campesinas….
Juan Pires, tenía a su cuidado, un negrito de unos 12 años de edad y del cual su nombre, no llegó hasta nuestros días.-
Muy comedido, muy bueno, lo ayudaba a Juan en las tareas de manejar la balsa para cruzar vehículos, animales arreados o gente en tránsito.-
Fue entonces, que una tarde del año 1916, se presentaron dos enormes carretones tirados por caballos, cargados con mercaderías que iban a trasponer el Parao, en dirección hacia la Tercera Sección del Departamento de Treinta y Tres. Los mismos, acarreaban abastecimiento para un comerciante de la zona del Sarandí Grande.-
El arroyo estaba fuera del cauce normal.-
Sin embargo, los carreros decididos a vadear y a cumplir con las obligaciones contraídas de antemano, insistieron una y otra vez, para que el balsero los pasara.-
A Juan, no le quedó otro remedio que complacerlos, a sabiendas del riesgo que tenía que afrontar.-
Conocía el lugar como la palma de sus manos. Era buen nadador y tenía confianza en sí mismo.-
Junto al negrito, comenzó la delicada faena.-
Pasaron el primer carro sin problemas de ninguna índole. Pero cuando iban pasando el segundo, al llegar al medio del cauce, los caballos se asustaron, se fueron hacia un lado de la balsa y pese a los esfuerzos de los hombres, la terminaron por dar vuelta y se precipitaron al agua.-
Juan Pires, conjuntamente con el carrero, lograron ganar la orilla, mientras los caballos enredados entre “los tiros” del carro, luchaban entre resuellos, patadas y relinchos contra el turbión enfurecido del Parao.-
Un remolino fatal, envolvió al negrito entre la oscuridad y el misterio. La tragedia, se había hecho presente.-
Lamentando lo acontecido, el viejo agarró el bote y lo buscó hasta que hubo luz natural, sin resultados positivos.-
Pasó la noche sin poder dormir. Al otro día, ni bien aclaró, se encaramó nuevamente a la embarcación y salió por la creciente mandando remos, abriendo las aguas y buscando el cuerpo del niño.-
Lo encontró al mediodía. Lo extrajo del agua, lo colocó en el interior de un cajón de madera hecho por sus propias manos y solemnemente le dio sepultura al pie de una palmera y a unos pocos metros de un canelón.-
Luego, le pusieron una cruz de madera, para identificar el lugar de descanso.-
Tiempo después, Amabilia Olivera, quedó embarazada. Y realizó una promesa en la cual si sus niños, que al parecer eran mellizos, nacían “buenitos y con salud”, se comprometía a desenterrar el morenito y hacer trasladar sus huesos en una urna, para que encontrara el descanso eterno en el cementerio de Vergara.-
Así fue que nacieron: Mario y Mariano y la promesa estipulada, fue cumplida.-
Una tumba del cementerio de Vergara, sin lápida y sin nombre, albergó los huesos del niño de piel negra, del nombre olvidado y de los ojos buenos…
Cuenta la leyenda, que ante la sepultura vacía del “Paso de Piriz” con la cruz, un canelón y la palmera de fieles custodios, se presentó una noche Juan Pires Olivera “El Pirón”, luego de atravesar en bote el arroyo, a prender velas, porque la imagen mística del negrito había salvado y había curado a Eduardo, de la fiebre abrasadora de la difteria.-
Vecinas y vecinos del paraje, muchas veces en tiempo de seca concurrieron también hasta donde había estado ubicada la fosa y al pie de la cruz, regaron la misma, para que el niño intercediera ante Dios pidiéndole la lluvia salvadora.-
Espiritualmente, continuará para siempre en ese lugar del “Paso de Piriz”.-
Ya no está la cruz de madera. El arroyo cambió su cauce, los vecinos se murieron casi todos y los ranchos mudos y ausentes, se confundieron con la gramilla.-
Solo quedan de pie, viejas memorias de fogón, el canelón persistente y la palmera guardiana, que atravesando los años, aun conserva su esbeltez, desafiante, silenciosa y altiva.-


PD: Agradecimiento a doña Guillermina Soto de Pires.-

Texto: Jorge Muniz.-
Vergara, 17 de noviembre del 2016.-
   

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